Lenguas del Otro

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La práctica analítica se desarrolla entre dos lenguas. Ello es correlativo al hecho de que la constitución del sujeto es resultado de la violencia ejercida por la lengua del Otro sobre el infante desvalido. La traducción está en la base del trabajo del análisis porque es inherente a la relación del sujeto con el prójimo.

por Carlos Guzzetti.

Mil lenguas distintas tiene mi conciencia

Y cada lengua cuenta diferente historia

Y cada una de ellas me declara infame.

Shakespeare, Ricardo III, acto V, escena V

RESUMEN

La práctica analítica se desarrolla entre dos lenguas. Ello es correlativo al hecho de que la constitución del sujeto es resultado de la violencia ejercida por la lengua del Otro sobre el infante desvalido. La traducción está en la base del trabajo del análisis porque es inherente a la relación del sujeto con el prójimo. Ese encuentro es de entrada ético, determinado por la presencia real del rostro. La noción de cortesía da lugar a su dimensión estética. El dispositivo transferencial es transformador tanto del analizante como del analista. La invención freudiana de un nuevo lazo social, no basado en la identificación ni en la estructura libidinal de la masa, es lo que permite afirmar el porvenir de nuestro arte.

* * *

Toda cultura se sostiene de sus mitos, de las variadas torsiones de esas historias fundadoras, que tienen la función de producir y reproducir sujetos, de marcar los bordes de la relación del sujeto con el otro, de indicar los modos de sumisión y de dominio al y del otro. Nuestra cultura occidental se nutre de múltiples yacimientos mitológicos, en particular de los provenientes del sustrato judeo-cristiano y de la antigüedad greco-latina.

Uno de esos mitos formadores es el de la torre de Babel. Esos pocos versículos del Génesis han pasado a lo largo de los milenios a adquirir un valor performativo decisivo de las relaciones entre los hombres. El mito afirma que Jehová, preocupado por el desafío que el trabajo mancomunado de los mortales significaba para su autoridad, decidió introducir la discordia entre ellos. Sobre la faz de la tierra se hablaba una sola lengua, unas mismas palabras, inequívocas y adecuadas siempre a las cosas. Envalentonados por este enorme poder sobre el mundo, el otorgado por la perfecta comprensión, deciden construir la torre que alcanzaría el cielo, disputando sus dominios a Dios. De mantenerse el estado de cosas, era seguro que conseguirían su objetivo. Por lo tanto, el vengativo y celoso Creador descendió sobre la ciudad para confundir las lenguas de modo que nadie pudiera entender el habla de su compañero. De este modo logró que la humanidad se dispersara sobre la faz de la tierra y dejara de edificar la peligrosa torre.

En esta ocasión, a diferencia de tantas otras, Dios se manifiesta mediante una violencia puramente simbólica. Nada de rayos ni diluvios, ni murallas derribadas. Tan sólo la confusión de lenguas bastó para demostrar su poder omnímodo. Fue suficiente con introducir el equívoco, la inadecuación de las palabras de uno a las del otro, para que se conjurase la amenaza que se cernía sobre el poder divino. A partir de allí la presencia del Otro absoluto estaría modulada por la presencia de la alteridad en el prójimo. Si antes de Babel todos los hombres eran Uno, después cada uno resultó extranjero para su semejante. Y así estamos todavía, sin perspectivas de que eso cambie.

Las experiencias más cotidianas testimonian de la eficacia de ese acto divino. Resulta ineludible que en todo encuentro con nuestros semejantes se produzca el malentendido, la confusión, fuente inagotable de querellas y disputas. Sin embargo también a ella le debemos la necesidad universal de la poesía, de la escritura, de la creación estética, único modo de compararnos con la divinidad. Antes de Babel no era preciso el arte, ya que las cosas eran directamente convocadas por las palabras. Después, esa magia ya no operaba, era sólo privilegio de Jehová.

El acto divino de la confusión de lenguas, entonces, introduce una violencia puramente simbólica, lo que de todos modos no deja de ser una violencia eficaz, si no la más.

La adquisición del lenguaje por parte de nuestros niños es también un proceso violento. Entre el infante y el adulto no hay identidad de lenguas, es por eso que los niños lloran, porque el adulto es incapaz de comprender sus necesidades para satisfacerlas sin demora. El proceso es violento y trabajoso (todos hemos visto o sufrido lo agotador que puede resultar y a los extremos que puede llevar el llanto insistente de un bebé) Hace pocos días las noticias informaron de un padre que metió a su bebé en el lavarropas. Cada llanto debe ser significado, forzado a entrar en el limitado universo de significaciones posibles que el adulto proporciona, para de este modo convertirse en una demanda sometida a las vicisitudes de toda demanda a un otro, que puede estar o no dispuesto a satisfacerla, demorarla, frustrarla o sostenerla de modo de que más allá de ella pueda constituirse un deseo propiamente humano. Se trata, como recordaba Mariana, de la violencia primaria de Piera Aulagnier.

Diremos entonces que la lengua del otro siempre tiene un poder traumático. La del adulto para el niño, como acabo de señalarlo, y también la lengua de nuestro prójimo, las diversas inflexiones, peculiaridades léxicas o prosódicas que convierten a la supuesta lengua común en esencialmente incomprensible. Nunca estamos seguros de comprender plenamente lo que el otro nos dice. Ese trauma se procesa con el trabajo del inconsciente. El inconsciente freudiano es precisamente el modo de procesamiento de esta violencia ejercida por la lengua del otro sobre un sujeto en formación.

La experiencia de conducir un análisis nos confronta permanentemente con el hecho de que paciente y analista no hablan la misma lengua. Desde los comienzos del psicoanálisis Freud señaló que las palabras extranjeras están más facilitadas para la producción del trabajo del sueño, el acto fallido, el olvido, porque al ser más indiferentes están más disponibles que las palabras de la propia lengua, cargadas de significado.

Más aún, la eficacia analítica reside en buena medida en poder escuchar el decir del analizante como si se tratara de una lengua extranjera. En ella se pierden las escanciones propias para poder escucharse en otros lugares. Sabemos que en el aprendizaje de una lengua extranjera lo más difícil es reconocer dónde empieza y termina cada palabra, por esto en general resulta más fácil leerla que hablarla o entenderla.

No obstante, en el curso de análisis prolongados, suele establecerse entre paciente y analista una complicidad discursiva, un dialecto propio de ese vínculo transferencial que opera a la vez como indicador de confianza y trabajo compartido y como vehículo de la resistencia. Algo similar a la “lengua fundamental” (Ursprache) del presidente Schreber. Recuerdo una anécdota atribuida a Lacan en sus célebres presentaciones de enfermos en Sainte Anne. Entrevistando en público a los pacientes psicóticos, jamás daba por sobreentendida ninguna palabra que escuchaba. Cuando alguien hablaba de un “fórmula uno”, obviamente referido a los autos de carrera, él interrogaba exhaustivamente el término, como si en verdad no entendiera de qué se trataba. Quizás en verdad no lo sabía…

Obviamente, siguiendo a ultranza esa política podemos caer en la estupidez o el ridículo, pero creo necesario no dejarse seducir por las numerosas significaciones compartidas e interrogar aún lo aparentemente obvio.

Políticas de la lengua

En otro plano, a tal punto la diversidad lingüística es traumática, que muchas guerras, en todos los períodos de la historia, tuvieron su origen en una política de la lengua. La película de 2001 No man’s land, del director bosnio Danis Tanović, testimonia trágicamente los efectos subjetivos de la guerra serbio bosnia, donde la cuestión lingüística constituía una dimensión fundamental. Si no te comprendo, entonces te asesino, de este modo me aseguro mi propia integridad e identidad. Expulso de mí al otro extranjero, que así se convierte irreductiblemente en mi enemigo.

Otras políticas son posibles. Vascos, catalanes o gallegos, misioneros, correntinos y salteños son protagonistas de los variados modos en que se manifiestan las políticas lingüísticas. La reciente película “Siete cajas” muestra la mixtura idiomática que hablan las clases populares de Asunción, por lo cual el film está subtitulado en castellano.

Tomemos como ejemplo un fenómeno histórico referido a la constitución de la lengua francesa, correlativa de la conformación del Estado nacional. Bajo el reinado de Francisco I, en 1539 se dicta la ordenanza de Villers-Cotterêts, que impone que todos los procedimientos judiciales y las leyes sean pronunciados en lengua “francesca”, -allí está una de las raíces del nombre del francés, deudor del nombre de pila del rey Francisco-. Hasta entonces Francia era un conglomerado de territorios feudales habitados por diversos grupos étnicos y culturales, que hablaban diferentes dialectos -langue d’oc, langue d’oil, gascón, alsaciano, normando, etc.- La institución de una lengua nacional única, con el argumento de reducir la equivocidad de las ordenanzas reemplazando el latín como lengua culta y la multiplicidad de dialectos como lenguas populares, tenía el claro propósito de sustentar la consolidación política del Estado nacional, soportando la ficción jurídica de que nadie pudiera alegar la ignorancia de la ley.

En este contexto un grupo de diputados de la Provenza van a París a protestar ante el rey por la obligación de juzgar en francés. El rey los hace esperar meses la audiencia solicitada, y les hace saber que no habla otra lengua que el francés. Ante esto, los diputados rebeldes tuvieron ocasión de aprender correctamente la lengua real. En ese mismo acto, pues, pierde todo sentido su protesta, ya que para poder formularla deben hacerlo en la lengua que combaten, la lengua de su enemigo, con lo cual la reivindicación del dialecto regional pierde todo su sentido. Los diputados provenzales se encontraban ante una encerrona ineludible: para reclamar a favor del dialecto, como para reclamar justicia sin más, era necesaria la traducción, era necesario aprender el francés. Y una vez dominada la lengua del rey, proceso imprescindible para tratar de convencer, la reivindicación de la lengua regional carece ya de todo sentido. En el proceso de lucha en favor del dialecto se produce el sometimiento a la lengua dominante.

Hablando la lengua del rey, se reconoce su ley y su autoridad, la lengua materna sucumbe a la lengua del rey, la de la ley que encarna. “Un rey es alguien que sabe hacernos esperar o tomarnos el tiempo necesario para aprender su lengua a fin de reivindicar nuestro derecho, es decir, a fin de confirmar el suyo”. (Derrida)

El ejemplo nos ilustra una forma pacífica, persuasiva, en que esta violencia puede ser ejercida.

Los psicoanalistas tenemos mucho que aprender del problema del translingüismo, porque todos somos de alguna manera translingüísticos. Ferenczi piensa la constitución del inconsciente como un problema relativo a la confusión de lenguas. Trabajamos pues entre dos lenguas, la de la pasión y la de la ternura, modos en que los universos del infante y del adulto se ponen en juego dramático en la actualidad del vínculo transferencial.

La traducción

Ahora bien, estas afirmaciones subrayan el hecho de que en la relación entre los hombres existe una operación ineludible, a veces explícita y la mayor parte de las veces no, pero siempre presente, que es la traducción. El diálogo siempre implica la puesta en marcha de un proceso de traducción. Al respecto Borges, convidado de piedra en la literatura analítica argentina, sostiene que “ningún problema es tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducción.”

Roman Jakobson se ocupó en un artículo ya clásico de los aspectos lingüísticos de la traducción. Su punto de partida es que todo conocimiento a través de la lengua implica un proceso de traducción. Y deben considerarse tres modos de  traducción posibles:

  • La traducción intralingüística, o reformulación es una interpretación de los signos verbales mediante otros signos de la misma lengua.
  • La traducción interlingüística, o traducción propiamente dicha es una interpretación de los signos verbales mediante cualquier otra lengua.
  • La traducción intersemiótica, o transmutación es una interpretación de los signos verbales mediante los signos de un sistema no verbal, por ejemplo los gestos, la mímica, etc.

Quiere decir que todo el proceso de significación pone en juego la operación de traducción, en cualquiera de los sentidos apuntados. No hay significación sin traducción.

Jakobson apuesta a la traductibilidad completa de la información. Desde esta perspectiva siempre será posible trasponer la totalidad de la información contenida en el original. En el caso de la traducción en sentido estricto, la falta de recursos tanto léxicos como gramaticales en la lengua a la que se traduce un mensaje no impedirá la traducción de toda la información mediante procedimientos léxicos. Es decir, que si la estructura gramatical de una lengua es resistente a la significación de determinado mensaje, o si la misma carece de unidades léxicas equivalentes, siempre será posible mediante alguna perífrasis trasponer la totalidad de la información original. Para ejemplificar basta con recurrir a la expresión más escuchada en la filmografía norteamericana, ya universalizada por el uso reiterado. Me refiero al famoso “fuck you!”. Es imposible trasponerla literalmente  en castellano, ya que la estructura gramatical y los recursos léxicos de una lengua y otra difieren en este aspecto de modo significativo. Pero, según Jakobson siempre podrá explicarse o trasponerse el mensaje sin pérdida de información.

No obstante, reconoce un límite a esta traductibilidad completa: resulta imposible transponer completamente mensajes tales como chistes, sueños o juegos de palabras, porque cualquier perífrasis en castellano desposee a la traducción del valor semántico adicional dado por la semejanza fonética. La frase traduttore, traditore, al trasponerse como “el traductor es un traidor” pierde el sentido adicional otorgado por la paronomasia en italiano, es decir, el hecho de que entre ambos términos sólo hay un fonema de diferencia.

Esto nos sitúa de lleno en la salvedad que Jakobson hace a su principio: la poesía es por definición intraducible. Allí sólo cabe la transposición creadora. Nuestra práctica se sitúa por completo en este plano. Para decirlo claramente, trabajamos en los límites de la traductibilidad, nos encontramos a cada paso con lo intraducible.

Benjamin en su texto de 1923. Allí afirma que la tarea del traductor “consiste en encontrar en la lengua a la que se traduce una actitud que pueda despertar en dicha lengua un eco del original”. Esta idea se sostiene en la premisa de una lengua superior, la lengua de la verdad, a la que puede aspirar el filósofo. No quiero ahora discutir las resonancias que tiene esta idea en nuestra práctica. Pienso al respecto que la verdad con la que tratamos los psicoanalistas es indisociable de la lengua en la que se pronuncia, que es el resultado del diálogo analítico, una suerte de mestizaje lingüístico.

Borges (otra vez) pronuncia en la Universidad de Harvard, curso 1967-1968,  una conferencia con el hermoso título “La música de las palabras y la traducción”. En efecto, la música es el elemento más resistente a la trasposición de un texto de una lengua en otra. ¿Cómo reflejar en la propia lengua, los sentimientos que la musicalidad del texto evoca en la lengua “original”? Allí afirma que “durante toda la Edad Media, la gente no consideraba la traducción en términos de una transposición literal, sino como algo que era recreado: como la labor de un poeta que, habiendo leído una obra, la desarrollaba luego a su ser, según sus fuerzas y las posibilidades hasta entonces conocidas de su lengua”. Y, agrego, a la prosodia y musicalidad que su cultura prescribe, lo más definitorio de una identidad lingüística, lo que nos permite reconocer a los uruguayos, cordobeses o andaluces.

“Por el contrario, la idea de una traducción literal surge con las traducciones de la Biblia…”[1]

Sabido es que Freud tradujo tempranamente a Charcot y a Bernheim. El método que utilizaba, según sus propias palabras, era leer un párrafo completo y luego escribirlo tal como lo diría en alemán, es decir, prescindiendo de toda pretensión de literalidad. Coincide en esto con los traductores medievales que Borges evocaba. También es verdad que para él el relato del sueño era un “texto sagrado”, idea que recoge la larga tradición talmúdica de la que era tributario. No obstante bendijo la traducción al castellano de Ballesteros, que, como todos sabemos, se permite muchas licencias poéticas que hacen el encanto de un estilo elegantemente arcaico.

Posteriormente, y en esto Lacan tuvo una influencia decisiva, los estudios psicoanalíticos fortalecieron esa vertiente exegética, por lo que las traducciones perdieron belleza poética en aras de lecturas “a la letra”, que con frecuencia produjeron textos de una pavorosa aridez. Buena parte de la dificultad de lectura de algunos autores proviene de la transcripción de construcciones sintácticas ajenas a la lengua castellana, resultado de un excesivo temor a perder el tesoro conceptual supuesto a los originales.

El encuentro

Es preciso reconocer un fuerte paralelismo entre el encuentro con el prójimo y la experiencia estética. Ella está siempre presente en nuestros vínculos con el otro. Algunas culturas han desarrollado ampliamente la estética del encuentro, el protocolo, el ceremonial. La barbarie globalizada hacia la que avanza precipitadamente el planeta infiltra también esta faceta si se quiere más privada del lazo social. En la vida cotidiana prescindimos cada vez más de las manners, los gestos amables, los pasos de baile de aceptación o rechazo, de proximidad y distancia necesarias para entablar el diálogo. No obstante, el destino del encuentro analítico depende en gran medida del timing en el manejo de esta coreografía intersubjetiva, el arte del diálogo.

La esencia del hecho artístico (sigo aquí a George Steiner) consiste en que la libertad propia del artista de donar o de retener su obra se encuentra con una libertad de recepción o de rechazo. En este terreno es esencial la cortesía, “tacto del corazón” la define, que se constituye así en un  concepto de la fenomenología del encuentro estético. Es preciso ser cortés con la obra y la obra precisa ser cortés con el espectador, con aquel a quien se dirige. Siempre el encuentro con la obra es un encuentro de orden ético, es preciso darle la bienvenida a la obra, no es posible llegar a ella si uno no la recibe. Un ejemplo de bienvenida es la traducción, es la acogida que se le da a una lengua extranjera, los ejercicios de saludo, de reticencia, de comercio entre culturas, de lenguas y de modo de decir. En este sentido el traductor es un perfecto anfitrión. La experiencia de traducción se asimila así a la experiencia de encuentro con la obra de arte.

Esta cortesía lingüística debe expresarse tanto en el plano léxico, como sintáctico y semántico. ¿Qué quiero decir con esto? En el psicoanálisis estamos muy acostumbrados a una falta absoluta de cortesía lexical, hablamos o escribimos con palabras incomprensibles para los demás; estamos acostumbrados a una falta total de cortesía sintáctica, usamos construcciones absolutamente atravesadas, en general resultado de malas traducciones de malas desgrabaciones de conferencias pronunciadas al calor de un debate; también estamos acostumbrados a una descortesía semántica profunda, nunca estamos seguros de lo que decimos cuando decimos lo que decimos. Los conceptos del psicoanálisis a veces dejan de ser operativos conceptualmente para transformarse en sencillas passwords, palabras clave que sirven para reconocerse mutuamente y punto. Se trata pues de una descortesía semántica profunda.

La cuestión de la cortesía entra en sintonía con el que me ocupa desde hace tiempo que es la hospitalidad. Es preciso ser corteses con los extranjeros que nos visitan, con el otro, con la alteridad del otro. El encuentro sólo es posible y productivo si contamos con los recursos para  saber recibirlo y ser recibidos.

A este respecto resulta esclarecedor el pensamiento de Emmanuel Lévinas, que concibe la relación con el otro con una metáfora tajante. El vínculo primordial y decisivo no se da uno junto a otro, sino cara-a-cara. Es frente al rostro del otro, de nuestro próximo -Nebenmensch lo llamaba Freud- que se juega el destino de cada uno.

Ese acceso al rostro es de entrada ético, “la mejor manera de encontrar al otro es la de ni siquiera darse cuenta del color de sus ojos”. Si la relación está dominada por la percepción no hay encuentro, no hay rostro siquiera, hay rasgos, hay cara. La ética del rostro se expresa en la relación de responsabilidad para con el otro. Como la piel del rostro es la que está más desnuda, es la más vulnerable. Entonces el rostro se nos presenta como un mandato, como un mandamiento: no matarás. Es muy difícil matar a alguien mirándole a los ojos, de allí la venda que se le pone a los condenados. Es el rostro del otro lo que nos prohibe matar. Estas ideas son absolutamente coincidentes con la concepción freudiana del origen de la moral en la indefensión originaria, en la identificación con el desvalimiento del otro.

El rostro es pura comunicabilidad, pone en juego la enunciación, independiente de cualquier enunciado. No podemos estar en presencia real del rostro del otro sin vernos impulsados, compelidos a responder, lo que constituye la más elemental significación de la responsabilidad. 

Nuestro trabajo como psicoanalistas, enfrentados cara-a-cara con el sufrimiento del otro y el propio, nos ha hecho llegar a la misma conclusión. Y esto muy a pesar de la clásica disposición de los interlocutores en el diálogo analítico, el diván, que, más allá de las caricaturas, tiene una eficacia tal que con frecuencia nos la hace preferible al frente a frente del diálogo social.

¿Cuál es entonces el fundamento del lazo social? Los hombres no se reúnen por el hecho de pertenecer al género humano. Esa comunidad no es suficiente para prevenir los dispositivos sociales de liquidación del otro como sujeto. Tiempos en que el hombre es cosa para el hombre. Más bien los hombres se reúnen por compartir algún rasgo, encarnado por un líder. Esas formaciones sociales de masa, de grupo, responden a una lógica libidinal muy estudiada.

El problema es que si estoy yo solo con el otro se lo debo todo a él; cara a cara se lo debo todo a él, pero existe el tercero y por eso existe la justicia. La justicia es lo que modera el privilegio del otro. Aunque con más frecuencia de la deseable, ella se pone al servicio de esos dispositivos, estados de excepción que se convierten en norma.

Frente a ellos, la invención freudiana más decisiva para el porvenir del psicoanálisis es la de un nuevo lazo social. La transferencia reúne a dos sujetos que se sujetan a otro dispositivo singular, destinado a posibilitar un encuentro del que ambos salgan transformados. El paciente, aliviado de sus padecimientos neuróticos, habiendo alcanzado un grado mayor de libertad para amar y trabajar. El analista, que como decía Winnicott, le debe la mayor parte de su saber hacer a sus verdaderos maestros, los pacientes.

En otro nivel, la comunidad de analistas, es deudora de ese original lazo social. Si bien las instituciones analíticas no están a resguardo de los peligros de iglesias o ejércitos, estructuras de masas que constituyen la dimensión real del vínculo interhumano, nuestra práctica del inconsciente es la mejor herramienta con la que contamos para tramitar lo traumático del encuentro con el otro. Es por ello que la política psicoanalítica, la que apuesta al porvenir, no es la de las grandes marchas sino la de la multiplicidad de encuentros posibles.

Septiembre 2014

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

Borges, J.L., «Las versiones homéricas», Discusión, 1932

Borges, J.L., “La música de las palabras y la traducción”

Derrida, J., El lenguaje y las instituciones filosóficas, Paidós, Barcelona, 1995

Derrida, J., El monolingüismo del otro

Ferenczi, S., Confusión de lenguas entre los adultos y el niño, en O.C. Espasa Calpe, Madrid, 1981

Jakobson, R., En torno a los aspectos lingüísticos de la traducción, en Ensayos de lingüística general, Planeta, Barcelona 1985

Lévinas, E., Ética e infinito, Visor, Madrid, 1991

Steiner, G. Presencias reales, Destino, Barcelona, 1991

Steiner, G. Después de Babel. Aspectos del lenguaje y la traducción

[1] “Pero, si nuestra mentalidad es histórica, creo que quizá podamos imaginar que llegará un día en el que los hombres ya no tengan tan presente la historia como nosotros. Llegará un día en el que a los hombres les importen poco los accidentes y las circunstancias de la belleza; les importará la belleza misma. Puede que ni siquiera les interesen los nombres ni las biografías de los poetas.”

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