Analiza el papel de la abstinencia en Freud y Lacan.
por Carlos Guzzetti.
Abstinencia, neutralidad e implicación del analista
1ª parte: PSICOANÁLISIS 24 KILATES
…puedo advertir cuán molesto resulta [para la sociedad] que cuando algo se desarrolla en mí por mi crecimiento y mi experiencia analítica, deseo expresarlo en mi propio lenguaje. Es molesto porque yo supongo que todo el mundo quiere hacer lo mismo, y en una sociedad científica uno de nuestros objetivos es encontrar un lenguaje común. Sin embargo, este lenguaje debe mantenerse vivo, ya que no hay nada peor que un lenguaje muerto.
D.W. Winnicott, Carta a M. Klein, 17/11/1952
Las presentaciones de este año vienen delineando un puñado de problemas derivados de la convocatoria. La pregunta por cómo analizamos hoy apunta a la relación de nuestras prácticas con los estándares establecidos; las variaciones en los encuadres o, retomando la precisión de Waisbrot, los dispositivos, ¿delimitan nuevos campos o en cambio se trata de prácticas que caen fuera de la definición de psicoanálisis? ¿Cómo definir lo que es psicoanálisis y cómo distinguirlo de lo que no lo es? Oscar tomó partido por una clínica marcada por la época, por su época, es decir la que determina su formación, sus influencias, sus lecturas y sus experiencias en el campo. Yago se ocupó de continuar con el cuestionamiento de uno de los pilares de la doctrina freudiana, como es el lugar del padre en la articulación de la teoría y la clínica. Daniel W. nos mostró algunas viñetas de una práctica más habitual de lo que creíamos: el análisis a distancia con el uso de medios tecnológicos.
El título del año nos desafía también a poner en juego el modo en que cada uno de nosotros opera en su consultorio, de qué nos sirve la teoría cuando se trata de aliviar el sufrimiento de nuestros pacientes, cuánto recordamos y cuánto olvidamos de todo lo que aprendimos en el momento de responder a la demanda de ayuda de quienes nos consultan.
Lo que presentaré a continuación es la primera parte de algunas reflexiones sobre un tema que viene insistiendo en el Colegio y que tuvo su expresión más cabal el año pasado en la presentación que hizo Oscar de un trabajo en desarrollo sobre abstinencia y neutralidad, dos nociones –o conceptos– que parecerían resolver algunas de estas preguntas. Espero que este desarrollo aporte algunas luces sobre la cuestión y refleje el modo en que incide en mi clínica diaria
El psicoanálisis como disciplina lleva en sí una enfermedad congénita y recurrente, que trabajosamente alcanza alivios, siempre provisionales. Diríamos que sufre de la intensa resistencia a aplicar sus propios instrumentos sobre el proceso de producción de su teoría y las modalidades de sus prácticas. Lenin afirmaba que el izquierdismo era la enfermedad infantil del comunismo. Así, la enfermedad infantil del psicoanálisis –si bien resulta discutible que nuestra disciplina esté atravesando su infancia– es la incapacidad reflexiva sobre sus propios fundamentos, una suerte de izquierdismo fácil, que dista sólo un paso del totalitarismo.
Los síntomas que produce los padecemos a diario quienes nos ocupamos del sufrimiento psíquico de los sujetos. Cuando algunas ideas, que siempre son concebidas en un contexto histórico y político dado –incluyo aquí tanto la historia y la política en sentido amplio como la propia de la disciplina–, se desamarran del encuadre en que fueron producidas y se convierten en universales incuestionables, corren serio riesgo de desaparecer como instrumentos para convertirse lisa y llanamente en consignas o eslóganes, apropiados más para convocar estructuras de masa que para operar con ellos. Y en el peor de los casos estos conceptos degradados por el proceso de su coagulación sólo conservan una función de significante superyoico. Ordenan, conminan a adherir a ellos, y se pone así en marcha un dispositivo segregativo que define como “fuera del campo” a todo aquél que no se someta a su imperio. El trabajo de este año, expresado en las presentaciones previas y también en el foro virtual que ha estado muy activo últimamente, apunta en esa misma dirección, interrogando lo que no funciona de nuestro menú conceptual y técnico.
Por supuesto que nuestro quehacer produce sus propios anticuerpos, los recursos que permiten aliviar esta dolencia. Son sin duda nuestros pacientes quienes en el despliegue de su demanda conminan a abandonar toda certeza y a producir cada vez, de nuevo, el valor operacional de los conceptos. La experiencia de la clínica es indomeñable por cualquier lecho de Procusto que pretenda ajustarla a los saberes constituidos.
Este preámbulo pretende introducir, problematizar, dos términos que han perdido buena parte de su productividad por haberse convertido en premisas indiscutibles. Me refiero a la “abstinencia”, entendida como regla técnica y metodológica, y a la “neutralidad” del analista.
La regla de abstinencia es un concepto acuñado por Freud para hacer frente al obstáculo que la transferencia le oponía al trabajo del análisis con sus histéricas. La idea inicial de “mantener la transferencia en el mínimo nivel” se demostraba insuficiente ya que las pacientes de entonces solían tener arrebatos amorosos con su médico. Freud responde con la regla canónica: “La cura tiene que ser realizada en la abstinencia”[1]
Se trata de no ofrecer al paciente ocasión de satisfacer en el dispositivo sus mociones pulsionales y sus demandas amorosas. La abstinencia del paciente es lo que guía la decisión del analista, para preservar la productividad deseante. Para ello se precisa de una abstinencia del analista. Rehusamiento (Versagung) a satisfacer su propia libido ya sea su narcisismo, su omnipotencia, su furor curandis, sus tendencias sádicas o masoquistas, para posibilitar lo esencial, la apertura de la escucha, la capacidad de deponer los propios fantasmas para hacer lugar a la palabra del analizante. De allí la condición, que todos compartimos, de que los analistas hayamos atravesado la experiencia de un análisis personal, para no tomar a nuestros pacientes como analistas. En la segunda parte retomaremos esta idea cuando revisemos el “análisis mutuo” de Ferenczi.
El dispositivo técnico, que termina de forjarse una vez trabajados los grandes historiales, propone a la abstinencia como una dilación, un diferimiento, un desvío, que si bien no alienta una promesa de satisfacción, tampoco la desestima. Recordemos aquí la idea de Ulloa, de la abstinencia como una estructura de demora. Puede decirse que la transferencia se sostiene en una paradoja que obedece a este diferimiento. Se trata de una promesa de amor –eterno, como toda promesa de amor– que por su propia lógica, está destinada a terminarse con el fin del tratamiento.
El estado de “expectación ansiosa”, un nivel moderado de angustia crónica, puede operar como motor del artificio analítico, por eso el campo transferencial debe preservarse como un espacio sensible, capaz de reverberar con la agitación de la vida pulsional. Quizás en nuestros tiempos, “hoy”, sea menos frecuente encontrarnos con pasiones transferenciales espectaculares, entre otras cosas porque no analizamos seis veces por semana, como los pioneros. Y si bien el consejo freudiano de mantener la transferencia en la mínima expresión, como para que no perturbe el curso asociativo resulta muchas veces útil, es mejor desconfiar de las transferencias demasiado confortables, que pueden indicar el estancamiento del proceso o el prólogo de un acting out.
De este modo la transferencia, que en un principio se manifestaba como obstáculo, mediante el artificio técnico de la regla de abstinencia pasa a convertirse en instrumento, el más poderoso y genuino con que contamos, para hacer progresar los análisis. Principal obstáculo y principal motor, el articulador y bisagra entre ambas funciones de la transferencia es la abstinencia.
Otra razón para sostener la regla es la necesidad de diferenciar el método psicoanalítico de los métodos sugestivos. La hipnosis implicaba el sometimiento del paciente a la autoridad del médico, reproduciendo la dependencia infantil. Si el análisis pretendía llegar más lejos en su eficacia clínica, debía evitar ejercer el poder otorgado al analista sobre el “pobre diablo inerme”, para que la cosa funcione.
El concepto inicialmente proviene de la experiencia con los tóxicos. Desde las investigaciones personales con la cocaína, Freud estaba familiarizado con el término. Como sabemos, la neurosis de angustia era remitida directamente a la abstinencia sexual y explicada como el efecto tóxico de la estasis libidinal [2]. El modelo de los fenómenos de intoxicación y de abstinencia es útil para pensar las neurosis. En este caso la sustancia tóxica no es un agente extraño sino que es engendrada por el propio metabolismo.[3]
Como vemos la abstinencia toma un lugar decisivo en la economía psíquica, tanto en la producción de síntomas neuróticos, como en la generación y tramitación de dolor. Implica un grado de sufrimiento, pero habilita el desvío de la asociación libre. Constituye el núcleo mismo de la productividad analítica, en las antípodas del montaje tóxico como vía directa de cancelación del dolor. No obstante, la demora impuesta por los desfiladeros del significante segrega, como veremos, efectos adversos.
Años más tarde, cuando aborda la cuestión de las terapias psicoanalíticas, Freud suaviza los términos del imperativo. “En la medida de lo posible –dirá- la cura analítica debe ejecutarse en un estado de privación –de abstinencia–“. Este artículo es su ponencia en el 5° Congreso Psicoanalítico de Budapest. Por entonces (septiembre de 1918) la gran guerra estaba terminando y el clima político en Hungría era de gran conmoción y de crecimiento de las luchas obreras. Se comprende entonces la predicción que califica de “fantástica” acerca de la extensión del psicoanálisis a las grandes masas en instituciones que ofrecieran tratamientos gratuitos. De hecho, pocos meses después se proclama la república soviética de Hungría y Ferenczi es nombrado primer profesor titular de psicoanálisis y director de la clínica psicoanalítica en la universidad de Budapest. Este es el contexto histórico en el que Freud reconoce validez a las técnicas “impuras” para el análisis en extensión, recogiendo las experimentaciones técnicas del húngaro sobre la terapia activa. El cobre de la sugestión unido al oro puro de la transferencia. [4]
La “neutralidad”, en cambio, no tiene en su obra el mismo peso conceptual. Se trata simplemente de una aptitud adquirida a lo largo de la formación mediante el sofrenamiento de la contratransferencia, para preservar la “falta de cerrazón” que constituye la herramienta más preciada del analista.[5] No consiste meramente en evitar poner en juego las propias convicciones o la cosmovisión que cada uno sustente para prevenir el adoctrinamiento, la educación o el influjo sugestivo. También se trata de no quedar atrapado actuando las imagos proyectadas por el paciente o en los sentimientos contratransferenciales. Por último la neutralidad se refiere a preservar la atención flotante, a no priorizar un material asociativo sobre otro según las orientaciones teóricas que sustente el analista. Recordemos aquí las críticas a la centralidad del Complejo de Edipo que venimos conversando.
El año pasado Oscar aportó dos ejemplos clínicos, uno en el cual una transgresión de la neutralidad tuvo la función de preservar la abstinencia y el otro, por el contrario en el que la propia actitud neutral iba en el mismo sentido. Todo esto para demostrar la heterogeneidad de ambos conceptos, que atravesaron muy diversos destinos a lo largo de la historia del psicoanálisis. En muchos casos la diferencia entre ellos se desdibujó y prácticamente se los consideró equivalentes.
El sistema doctrinario kleiniano instituyó el arquetipo del analista como “pantalla de proyección” de las imagos y los conflictos inconscientes del paciente, lo que queda establecido como dogma en la concepción de Meltzer. Congruentemente, la dinámica de la sesión pendulaba entre transferencia y contratransferencia, que era comunicada sin más y a la que toda conflictiva era necesariamente referida. El ejemplo más cercano es la obra sobre técnica de Heinrich Racker. La verdad verdadera era la actualidad del vínculo transferencial. En su dimensión más caricaturesca, la metralla interpretativa en que se desarrollaban las sesiones estaba enmarcada en un ámbito absolutamente neutral y monótono, el “encuadre” fijo de Bleger, por ejemplo.
Esa era la “ortodoxia” de una época, la de los comienzos de muchos de nosotros, los que “analizamos hoy”. En diferentes momentos y lugares ha habido otras. Y siempre conviven más de una, según las pertenencias institucionales de los tiempos.
Desde hace ya algún tiempo vengo escuchando en muchas consultas o pedidos de derivación, una demanda reiterada. La búsqueda de un analista “no ortodoxo”, “cálido”, “que hable”. Lo que en cierto modo indica el espectro, la sombra que intenta conjurar.
En plena polémica con la ortodoxia de su tiempo, al uso abusivo de la contratransferencia y el “aquí y ahora”, Lacan responde en distintos momentos de su obra con la figura del “rostro cerrado, labios cosidos” [6], lugar del “muerto”. Se refiere como se sabe a la función del “muerto” en el juego del bridge, pero también al lugar que tienen los sentimientos del analista en la cura. Si el muerto se reanima, si los sentimientos del analista entran en escena, ya no se sabrá quien dirige la cura. En este punto el analista no dispone de mucha libertad, es una estrategia de la cura. [7]
Neutralidad significa no participar de las pasiones de amor, odio e ignorancia.[8] La abstinencia, a su vez, es la operación de no gratificar jamás la demanda y lo que garantiza la separación tajante entre transferencia y sugestión.[9] Sin embargo la “vacilación calculada” de esa neutralidad puede ser más productiva que cualquier interpretación, si bien de esta afirmación no debería inferirse ninguna regla técnica.[10]
En su ambición estructural iba en búsqueda del “puro lugar del analista” definido en el fantasma como el lugar del “puro deseante” [11]. El oro puro del psicoanálisis. Pero el ideal de pureza no ha demostrado ser una brújula confiable porque bien sabemos que ha dado origen a las más variadas cruzadas.
La fuerte seducción imaginaria de la metáfora dio así lugar a otro arquetipo del analista. El que semblanteando al objeto “a”, se convierte en punto de angustia del analizante. Y ¡cómo no angustiarse ante algo tan horroroso evocador de las cabezas de los jíbaros, que cosían párpados y labios antes de someterlas al proceso de reducción! Esos objetos encarnan la alteridad más radical, sobre todo para quienes no forman parte del universo cultural de la tribu.
Por otra parte, estas observaciones de Lacan, si bien no las enuncia como indicaciones técnicas, articulan un modelo de analista que tiene mucho de ilusionista o de malabarista. Expresiones como “vacilación calculada” o “hacer semblante de objeto a”, convocan a ejercitarse en la simulación y el artificio. La intervención entonces se vuelve oráculo, pronunciado por una voz sin carnadura afectiva, a ser interpretado a la intemperie, ya expulsado del ámbito de la sesión por el corte oportuno.
A poco que uno trabaje con pacientes graves –quiero decir, con graves fallas en su constitución subjetiva– o con adolescentes –entregados a la difícil tarea de construir su lugar en el mundo–, o con niños –subjetividad in statu nascendi– se topa con la insuficiencia de estas nociones para orientar la cura.
Por otra parte la diversidad de prácticas de los analistas en nuestro tiempo y lugar requiere de una reconsideración de toda pureza. El riesgo es quedar atrapados por los ideales analíticos, lo que conduce a considerar las prácticas efectivas como metal de baja ley. Entonces, si hacemos a un lado por un momento el necesario debate sobre la distinción entre teoría y práctica, se trata de teorizar las prácticas y no de practicar las teorías.
Encuentro en mi consulta algunos ejemplos que muestran el punto de dificultad. Siempre se trata de situaciones en las que el paciente reclama, conmina a una respuesta. Para decirlo mejor, en estas circunstancias cualquier palabra, acto, silencio o inacción del analista, será sin duda una respuesta. Este es el sentido inmediato de la responsabilidad que nos compete, allí se pone en juego una decisión clínica.
Trabajando con adolescentes, es frecuente enfrentarse con preguntas sobre los más diversos aspectos de la propia persona, desde la forma de vestir, los gustos musicales, las películas que uno ve. Una pregunta que me han hecho con frecuencia se refiere a mi condición de padre, si tengo hijos. Un paciente adulto algo advertido de las reglas del juego del análisis standard, evitaría cuidadosamente esa cuestión. En una primera mirada y siendo fieles a la doctrina podríamos inferir en nuestro paciente una transferencia paterna, un llamado a ocupar ese lugar, siempre desfalleciente en los casos que consultan.
He aprendido sin embargo que, muchas veces, los adolescentes solicitan de este modo la delimitación de un vínculo diferente del paterno –si el analista es padre de otros, puede resultar un alivio–. Quedará de este modo disponibilidad para un lazo nuevo con el otro, ni par ni dispar, generacionalmente ni horizontal ni vertical, sino transversal. Un lazo con un adulto responsable capaz de engendrar nuevos modos de subjetivación para el joven. En estas situaciones es preciso mantener las orejas y los ojos bien abiertos y descoserse la boca, para poder jugar el juego del análisis, que se parece mucho más al de Winnicott que al bridge.
Abro un paréntesis a propósito del juego. Freud comparaba el análisis con una partida de ajedrez. En ambos pueden sistematizarse los movimientos de apertura y de cierre, pero no el medio juego. Lacan en cambio toma el ejemplo del bridge, otro juego reglado, tal vez menos complejo, pero también con un amplio grado de libertad para los jugadores. Winnicott, por su parte propone otro modelo, ya no el del game sino el del playing, el gesto espontáneo [12] que marca el paso del trabajo de un análisis. Y la espontaneidad en el dispositivo implica considerar una condición poco estudiada como es la honestidad y sinceridad del analista, en oposición a la hipocresía profesional. Dejamos el tema para la segunda parte.
Aun en las neurosis más “en regla” suelen presentarse situaciones que exigen una respuesta activa de parte del analista, convocado a dar “prueba de realidad”. La pregunta neurótica bascula: ¿soy víctima o culpable? ¿Quién es el loco, yo o el otro? El reconocimiento de la responsabilidad de los otros abre camino al reconocimiento de la existencia del otro, o quizás más bien debería decir de lo otro, de la alteridad radical. Este descentramiento narcisista es un movimiento de apertura al acontecimiento de un encuentro posible.
Desconocer esta demanda puede instalar en el campo transferencial la convicción de que la totalidad del sufrimiento del neurótico se debe a su exclusiva responsabilidad. De este modo sobreinviste la culpa, vía más facilitada, y los abusos sufridos por parte de los otros quedan escamoteados y transferidos al propio sujeto. Identificación con el agresor, como la definió Ferenczi.
Si en el interior del vínculo transferencial no se hace lugar para el reconocimiento del abuso sufrido y en cambio toda intervención se orienta a indicar el camino de la responsabilidad del sujeto, sin más, es ineludible la precipitación, en el campo transferencial, de una escena que constituye una fuente renovada de eficacia traumática.
Para decirlo de otro modo, no podemos convertir en regla técnica la indicación sobre Dora: “¿qué responsabilidad te cabe en aquello de lo que te quejas?”, a riesgo de reproducir en transferencia el escenario traumatogénico y convertirnos en agentes de un nuevo violentamiento. Aquí la neutralidad puede ser cómplice de la causación del sufrimiento.
En este punto se abre otra de las líneas que nos conducirán a la segunda parte de esta presentación, un diálogo con la obra de Sándor Férenczi y sus aventuras técnicas.
Aún más, en nombre de la neutralidad se puede trabajar en contra de la abstinencia, ya que de este modo el dispositivo analítico mismo se torna ocasión de goce. Eso explica las frecuentes “adicciones” al análisis, bajo la forma de tratamientos interminables o derivas infinitas de un analista a otro.
Asimismo, el entrenamiento soportado por los analizantes veteranos, configura una suerte de “neurosis actual” producida por el propio análisis. “Ya sé que soy responsable (culpable) de mis propios sufrimientos, de modo tal que cualquier cosa que diga podrá, será, y –aún más– deberá ser usada en mi contra”. Un antiguo analizante, pleno de humor, solía decir en referencia a las sesiones: “cuanto peor, mejor”. En estos casos nos vemos obligados a un trabajo adicional, el de des–analizar, desamarrar el discurso de las fijaciones producidas como efecto de otros análisis.
Un hombre que consulta por tercera vez, suele argumentar que sus problemas son ocasionados por su neurosis, sus fijaciones infantiles y toda la batería de argumentos psicoanalíticos adquiridos a lo largo de más de diez años de tratamientos previos. ¿Quién podría negarlo? En efecto, padece de diversas dificultades, en el plano sexual y sentimental y en su actividad profesional, en la que sin embargo ha alcanzado relativo éxito. A poco andar se evidencia que esgrime su “neurosis” como defensa contra el infortunio común de la vida, a la que, mediante este artilugio culposo, deja de registrar como tal y por lo tanto de afrontar con decisiones adecuadas. Resistencias del psicoanálisis, saber sobre el sufrimiento que se pone al servicio de su conservación. Ese penar de más neurótico no excusa de tener que arreglárselas con el dolor ineludible de existir. En este caso una posición de neutralidad favorecería una alianza con la resistencia, fortaleciendo la idealización del análisis y por lo tanto las argumentaciones “psi”, que siempre tienen el más o menos manifiesto propósito de congraciarse conmigo, de ser un buen paciente.
Entonces, ya sea que se lo conciba como espejo o pantalla de proyección, superficie lo más tersa posible, o como objeto no especularizable, resistente a cualquier identificación, la figura del analista finalmente es opaca. Hay ocasiones en que esta opacidad puede resultar irrisoria. Volviendo a las observaciones clínicas con adolescentes: el clásico “a vos qué te parece” es un recurso raramente eficaz. Los más lúcidos suelen tomarlo a la chacota, denunciando al analista como una figura ridícula, marcada por los rasgos propios de su clase, cómicos en definitiva. Eso no sería nada. Sólo nos queda aprender de nuestros pacientes.
Otras veces, cuando el enigma de la alteridad no se sostiene como tal, esa opacidad se vuelve inquietante y aún siniestra. La urgencia por producir una significación suele favorecer las idealizaciones transferenciales. Un paciente creía encontrar en la oportunidad de un estornudo una intención interpretativa. Inútil intentar convencerlo de que se trataba de un resfrío y no de una sutil intervención analítica.
Por el camino de la idealización se llega rápido, en silencio y cara de póker mediante, a encarnar un macizo subrogado del superyo arcaico. Y, cuando la neutralidad se convierte en pasividad o indiferencia, es siempre sádica. Recuerdo aquí a Deleuze, que definía a la apatía, frialdad e indiferencia del sádico como condiciones ineludibles de su goce. [13]
Esto es así porque lo absolutamente otro no puede ser mirado de frente. El tema mítico de la Cabeza de Medusa, que paraliza con la mirada, ilustra bien este aspecto de la cuestión. Perseo sólo logra vencerla cuando recurre a la mediación de su bruñido escudo convertido en espejo. Hace pasar la mirada del monstruo, que proviene de esa radical alteridad que es la muerte, por la criba de la identificación al semejante.
Y esto mismo sucede en las entrevistas analíticas. En las frecuentes ocasiones en que trabajo cara a cara suelen producirse manifestaciones miméticas entre ambos participantes. Los gestos y posturas por momentos responden a la lógica del espejo. Los fenómenos de identificación son frecuentes, incluso en análisis avanzados y muchas veces lo no analizado se transfiere a ámbitos institucionales. Para que el trabajo progrese, los modos de presentación, los rasgos singulares de paciente y analista que dan soporte a estos procesos, deben entrar en el juego transferencial. Muchas veces es en ese plano, pagando con la propia persona, es decir poniéndola en circulación y no sustrayéndola, fuera de toda hipocresía y preservando la falta de cerrazón, como se producen movimientos decisivos en algunos análisis.
Si es posible hablar de alguna identidad de los analistas, quiénes lo son y quiénes no, qué es lícito y qué no en la clínica en nombre del psicoanálisis, ella reside en la condición de extranjero que caracteriza a su discurso. Y como tal, lo que pone en marcha el trabajo de un análisis es un acto inicial de hospitalidad al que llega, otro extranjero urgido por el padecimiento psíquico y muchas veces también corporal, social y económico. Freud lo definía como una “actitud de cariñoso interés y simpatía”, “empatía” propicia para atraer la transferencia al picadero de la cura.
Por otra parte el humor no puede estar ausente en el trabajo. Remedio infalible para la opresión del sufrimiento, constituye el fondo sobre el cual desplegar el diálogo analítico. La humorada oportuna es siempre un empuje al trabajo y una liberación de los mandatos superyoicos, siempre propensos a escenificarse en el campo transferencial.
Creo que es preciso reconocer en nuestra clínica, siempre imperfecta, los caminos que la singularidad de cada encuentro va trazando en su superficie, única manera que tenemos de sostener al psicoanálisis en su especificidad discursiva. No hay hoja de ruta prefijada ni posibilidad de eludir salpicaduras. El oro puro es materia de otras disciplinas. Nosotros, siempre enlodados en los objetos pulsionales que desparraman nuestros analizantes –y en los propios- lejos estamos de los ideales de pureza, como dije, propicios para toda clase de fundamentalismos.
Abril de 2015
NOTAS
[1] “Opino, pues, que no es lícito desmentir la indiferencia (neutralidad según Ballesteros) que, mediante el sofrenamiento de la contratrasferencia, uno ha adquirido… Ya he dejado colegir que la técnica analítica impone al médico el mandamiento de denegar a la paciente menesterosa de amor la satisfacción apetecida. La cura tiene que ser realizada en la abstinencia; sólo que con ello no me refiero a la privación corporal, ni a la privación de todo cuanto se apetece, pues quizá ningún enfermo lo toleraría. Lo que yo quiero es postular este principio: hay que dejar subsistir en el enfermo necesidad y añoranza como unas fuerzas pulsionantes del trabajo y la alteración, y guardarse de apaciguarlas mediante subrogados. Es que uno no podría ofrecer otra cosa que subrogados, puesto que la enferma, a consecuencia de su estado y mientras no hayan sido levantadas sus represiones, será incapaz de lograr una efectiva satisfacción.” Observaciones sobre el amor de transferencia. AE [2] Cf.: “La abstinencia consiste en la denegación {Versagung, «frustración») de la acción específica que de ordinario sigue a la libido.” Neurosis de angustia» (1895 [1894])“Las neurosis que admiten ser reconducidas a perturbaciones de la vida sexual muestran la máxima semejanza clínica con los fenómenos de la intoxicación y la abstinencia a raíz del consumo habitual de sustancias tóxicas productoras de placer (alcaloides).” Tres ensayos de teoría sexual. (1905).
“Desde el punto de vista clínico se impone sin más la semejanza de las neurosis con los fenómenos producidos a raíz de la intoxicación con ciertos alcaloides y la abstinencia de ellos.” Caso Dora
[3] “… las neurosis actuales testimonian una inequívoca semejanza con los estados patológicos generados por la influencia crónica de materias tóxicas extrañas y por el brusco retiro de ellas, vale decir, con las intoxicaciones y los estados de abstinencia. Todavía más se aproximan estos dos grupos de afecciones por la mediación de ciertos estados, …, que hemos aprendido a atribuir a la acción de materias tóxicas, pero no a unas toxinas que se introducirían en el cuerpo como agentes extraños, sino que son engendradas por su propio metabolismo.” El delirio y los sueños en la «Gradiva» de W. Jensen (1907 [1906]) [4] Los caminos de la terapia psicoanalítica. OC BN pág. 2457 y ss. [5] “En vista de una complexión mental tan diversa, la comunidad de trabajo entre analistas y ocultistas promete poca ganancia. El analista tiene su campo de trabajo, que no debe abandonar: lo inconsciente de la vida anímica. Si en el curso de su tarea quisiera estar al acecho de fenómenos ocultos, correría el riesgo de descuidar todo cuanto se halla más cercano. Ello le haría perder esa falta de cerrazón, esa neutralidad, esa desprevención que han constituido una pieza esencial de su armamento y dotación analíticos. Si unos fenómenos ocultos hubieran de imponérsele como lo hacen otros, los desechará tan poco como a estos. Parece ser este el único designio compatible con la actividad del analista.” Psicoanálisis y telepatía. OC AE, XVIII, pág. 171 [6] “Rostro cerrado y labios cosidos, no tienen aquí la misma finalidad que en el bridge. Mas bien con esto el analista se adjudica la ayuda de lo que en ese juego se llama el muerto, pero es para hacer surgir al cuarto que va a ser aquí la pareja del analizado, y cuyo juego el analista va a esforzarse, por medio de sus bazas, en hacerle adivinar la mano: tal es el vínculo, digamos de abnegación, que impone al analista la prenda de la partida en el análisis.” La dirección de la cura y los principios de su poder. Escritos I, pág. 221 [7] “pero lo que es seguro es que los sentimientos del analista sólo tienen un lugar posible en este juego, el del muerto; y que si se le reanima, el juego se prosigue sin que se sepa quién lo conduce. Id. [8] “Amor, odio e ignorancia he aquí en todo caso pasiones que no están para nada ausentes en su discurso. Lo que distingue evidentemente la posición del analista -y no voy a escribirlo hoy en el pizarrón con ayuda de mi pequeño esquema, aquél en el que el objeto a está arriba y a la izquierda- la posición del analista evidentemente ahí está el único sentido que podríamos dar a la neutralidad analítica- es no participar de esas pasiones.” Seminario 17, El envés del psicoanálisis, 15-4-70 [9] “Pero si hay transferencia es para que esto sea mantenido sobre otro plano que el de la sugestión, no como algo que no responde a la satisfacción de la demanda sino como articulación significante, allí radica su distinción…. ¿Cuál es la operación que permite mantener esta distinción? Es la abstinencia y consiste en no gratificar jamás la demanda.” Seminario 5, Las formaciones del inconsciente, 4-6-58 [10] “Por eso una vacilación calculada de la «neutralidad» del analista puede valer para una histérica más que todas las interpretaciones, a riesgo del alocamiento que puede resultar de ello. Claro que a condición de que ese alocamiento no acarree la ruptura y de que el desarrollo ulterior convenza al sujeto de que el deseo del analista no entraba para nada en el asunto. Esta observación no es por supuesto un consejo técnico…” Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Escritos I, [11] “No consiste la fecunda Versagung del analista en negarle al sujeto su propia angustia, la del analista, en dejar desnudo el lugar donde por naturaleza está como Otro, llamado a dar la señal de la angustia?…Veremos allí perfilarse ese algo que les indiqué la última vez, al decirles que el puro lugar del analista, en tanto lo podríamos definir en el fantasma, sería el lugar del puro deseante (erastés): es ese algún lugar donde se produce siempre la función del deseante, a saber, venir al lugar del erómenon, ya que es para eso que les hice recorrer el desmenuzamiento del Banquete y de la teoría del amor.” Seminario 9, La transferencia, clase 26 [12] “El gesto espontáneo es el verdadero self en acción”. Winnicott, La distorsión del yo en hermanos de self verdadero y falso (1960) [13] “…la famosa “apatía” del libertino; la frialdad e indiferencia que existe en el pornólogo y que Sade opone al “deplorable entusiasmo” del pornógrafo.” Deleuze, Presentación de Sacher Masoch p 32-33.
Deja una respuesta